El vaso medio lleno y el vaso medio vacío

La democracia en América Latina en los últimos diez años

von Martin Traine

En los últimos diez años América Latina hizo pasos importantes hacia la consolidación de la democracia. Dejando aparte las deficiencias que aún existen se puede destacar una constructiva politización substancial y creciente creatividad civil. Según los diferentes puntos de vista América Latina se puede comparar con un vaso medio lleno o con un vaso medio vacío.

 

Un balance de la democracia de los países latinoamericanos no puede abstraerse del avance de Estados Unidos como potencia mundial. Esta es justamente la primera dificultad que presenta una evaluación de la última década. Las sociedades latinoamericanas supieron aprovechar oportunamente la fase de distensión internacional de los ochenta para desprenderse de bloqueos y radicalizaciones domésticas resultantes de la internalización del conflicto este-oeste; mas se ven confrontadas ahora con una irreversible asimetría de poder intracontinental. Una constelación paradójica: la democratización del continente despierta por una lado esperanzas de una nueva era desde Alaska a Tierra del Fuego; coincide por otro con una distribución en extremo desigual de recursos de poder – causa constante de la fragilidad democrática en América Latina.

 

El intervencionismo y la democracia

 

Las preocupaciones no son infundadas. Exceptuando el frustrado intento de la Bahía de los Cochinos, el intervencionismo norteamericano en Centro- y Sudamérica se destacó por su eficacia, logrando siempre con un despliege moderado de recursos fácilmente la corrección política deseada. No sería de extrañar que esta sencilla aplicación de la doctrina Monroe haya provocado un cierto espejismo en la política externa norteamericana. Las democratizaciones sin embargo, en particular la última transición, resultaron de procesos locales, y especialmente regionales, y no pocas como formas de protección frente al intervencionismo. Eso es visible claramente en el proceso de democratización centroamericana en tanto que esfera de influencia hegemónica directa de Estados Unidos. No fueron las intervenciones que indujeron o aceleraron la democracia, sino paradójicamente una dinámica regional de prevención de las intervenciones. Eso explica el creciente interés centro- y sudamericano por legislaciones continentales severas que garanticen las soberanías nacionales como piedra fundamental de la democracia. La irreversible descompensación de fuerzas intracontinentales ha dejado a América Latina en la última década proporcionalmente más indefensa, pero también consciente que una política integral de desarrollo se apoya en el lazo vinculante entre democracia interior y pluralismo exterior.

 

Procesos internos

 

Se deja por un instante la visión global, y se focalizan los procesos internos de América Latina, un balance de la década pasada no se presenta menos problemático. Las administraciones políticas se hallan todavía demasiado lejos para calificarse como motor de una dinámica, a partir de la cual la economía alcance la integración mundial necesaria; y con ella se logren las reformas sociales pendientes. Corrupción, persistencia de los actores con poder de veto, y extensión de la anomia social hacia todos los costados completan el cuadro, dentro del cual no asombra la escasa atracción por la democracia de sus usuarios directos.

 

Estado espiritual: envidia y consuelo

 

En las escalas internacionales, que pretenden entre tanto medir desde la transparencia hasta el nivel de competencia económica, pasando por la eficiencia parlamentaria, por supuesto sin ignorar a la democracia, la educación, el desarrollo humano o la inclusión femenina, los países latinoamericanos pueden consolarse sólo con los africanos, y envidiar cada vez más a los del norte. Contra esa avalancha de datos empíricos cualquier argumentación resulta ideológica. El negativismo refleja sin embargo ante todo el estado espiritual del tiempo, y la flema de los expertos.

 

Constructiva politización substancial

 

Una lectura menos reduccionista podría igualmente mostrar indicios de una constructiva politización substancial. México vivió un cambio histórico; en Centroamérica no sólo los procesos de pacificación y estabilización institucional fueron logro propio; incluso en aquellos países de polarizaciones extremas, las fuerzas de representación pactaron compromisos y respeto por la alternancia del poder. En los países andinos donde las crisis institucionales (Perú, Ecuador y Bolivia) sacudieron a la democracia, fueron también los partidos, y las organizaciones de la sociedad civil, quienes dentro de los marcos democráticos, equilibraron la situación; lo mismo vale para el Paraguay. En la crisis argentina fue la ciudadanía quien demostró porqué no acepta alternativas a la democracia; y Brasil, con la última elección, terminó por romper con todos los tabues del pasado. También la reacción chilena frente al caso Pinochet; y la participacion ciudadana en Uruguay cierran un balance positivo.

 

Creatividad civil

 

¿Una maduración genuina, o tan sólo la reproducción de los defectos, ahora revestidos con formalidad parlamentaria? Ninguna respuesta es neutral. Lo que las estadísticas en ningún caso transmiten es el florecimiento de una creatividad civil a la que asistió la década que busca y encuentra en la democracia su lenguaje expresivo: desde las formas de protesta hasta los impulsos innovadores de participación, la apertura de las arenas públicas a discursos de sujetos secularmente excluidos, los ajustes de cuenta con la propia memoria histórica, y la proliferación de la crítica revelan el desenvolvimiento de un temperamento naturalmente político, cuyo significado trasciende la “consolidación” institucional. A la concentración de recursos se le opone cada vez más una cultura cívico-social que presiona sobre las instituciones para canalizar sus inquietudes.

 

La historia escriben los hombres

 

Nada impide proyectar las dramáticas deficiencias presentes de América Latina a su futuro. Que las cifras inhiban el optimismo no significa sin embargo que a la historia no la escriban los hombres. El error es también en América Latina fuente del aprendizaje. Se puede criticar a sus élites de debilidad por modelos ajenos, de exceso de confianza en el propio ingenio, o de diletantismo, pero no de inflexibilidad. La confianza incondicional en el mercado ha ido cediendo frente a la revaloración del estado; la necesidad de estrategias inteligentes de apertura, que no descuiden la protección, es parte de una discusión generalizada en toda la sociedad por arriba de las ideologías.

 

Que los grupos dirigentes reconocen entre tanto los límites de los programas ortodoxos, es visible en el paulatino cambio de curso, expresado en los resultados electorales, pero también en la cautela de la revisión. La necesidad de mirar hacia adentro, sobre todo en los rostros sociales, es un lugar común cuando no en actos, al menos en el lenguaje político que refracta las expectativas sociales. En autismos económicos o políticos no parece sin embargo pensar nadie. Al contrario, la conciencia de su ligerísimo peso internacional ha llevado a América Latina a buscar como conjunto una presencia mayor en foros internacionales. Una búsqueda que se extiende al diálogo con nuevos interlocutores, no sólo comerciales, y a la aceleración de los procesos de integración regional. El Mercosur es un ejemplo de esta dinámica.

 

Presencia en foros internacionales

 

Inspirado en la experiencia supranacional europea, pero consciente de sus límites intergubernamentales, ha mostrado desde la Declaración de Ouro Preto (1994) un avance notable en la cooperación económica. El acuerdo ha permitido no sólo fijar objetivos conjuntos, y reglas para aplazar los conflictos recíprocos, sino que pudo operar en más de un caso como válvula de escape para desequilibrios domésticos. La confluencia de los presidentes sirvió en reiteradas oportunidades como complemento político para la estabilidad regional. Discretas intervenciones en las descomposturas institucionales permitieron mecanismos de prevención de conflictos y autocorrección. También en el plano de la seguridad regional la década confirmó una tendencia al acercamiento antes que a los recelos y desconfianzas.

 

Vista hacia Europa

 

Que estos progresos no puedan revertir la ubicación marginal de América Latina en el mundo, está fuera de cuestión. Para que ello ocurra son necesarios cambios a otra escala. En ese punto es cuando, para extraer un balance de los rendimientos de la democracia latinoamericana, se debe volcar la vista hacia Europa. Desatendiendo su responsabilidad histórica, la Unión Europea ha sido incapaz de concretar en hechos sus declaraciones verbales de compromiso “estratégico” con América Latina. La infeliz combinación entre políticas centralizadas del desarrollo e intereses nacionales ha terminado perjudicando al sur. Los países de la Unión cuando no descargan sus deberes en Bruselas, bloquean aquellas iniciativas que no benefician directamente sus propias políticas exteriores. En sus valores universales y principios jurídicos Europa y América Latina forman no obstante parte de un mismo espacio cultural. En un mundo de interdependencia cada vez más insolubles, la democracia ha dejado de ser un lujo exclusivo de un par de estados: es la tarea abierta de todos.