Cuando llegan "los sin tierra"

por Ricardo Soca

La ocupación de tierras baldías, pero hasta ahora en manos de terratenientes, es el objetivo principal del Movimento dos Trabalhadores Ruráis Sem Terra (MST). Durante los últimos años éste ha logrado proveer con terrenos a centenares de familias campesinas mediante protestas pacíficas - contra la voluntad de los caciques, lo que ha llevado a choques con grupos paramilitares y Fuerzas Públicas.

 

La luna en cuarto creciente mal alumbraba el cañaveral, pero aquí y allá los candiles a queroseno interrumpían la penumbra, mostrando pequeños grupos de labradores que habían llegado poco antes a la hacienda abandonada.

 

Los primeros invasores de la fazenda São João, en la región azucarera de Campos, a 300 kilómetros de Río de Janeiro eran una especie de vanguardia, casi todos con cierta experiencia en la ocupación de tierras. A la llegada del pequeño grupo de corresponsales extranjeros, algunos dormían, otros conversaban, sentados en los colchones que cubrían un claro de los cañaverales, al borde del camino.

 

En el improvisado campamento había mujeres amamantando, niños durmiendo, ancianos de andar cansado y hombres jóvenes con el pesado machete de los cañeros colgado de la cintura, todos ellos con los rostros curtidos por el sol tropical. Una anciana, con el ceño fruncido de preocupación, le preguntaba a su yerno: ”¿Pero esto se puede hacer? ¿no es ilegal?”

 

Invasión con autobús

 

Cerca de las dos de la mañana empezaron a llegar autobuses repletos de familias de labradores. Cada uno de ellos llevaba e la mano todas sus pertenencias: na bolsa con ropa, algunos utensilios de cocina, el machete de cortar caña y alguna herramienta de labranza prolijamente envuelta en pedazos de plástico.

 

”No puedo y 12 años. ”Tanto sufrimiento, tanto tiempo de espera y ahora la esperanza de tener un pedazo de tierra” dijo con lágrimas en los ojos.

 

En una hora llegaron otros diez autobuses y, en poco tiempo, unos 400 campesinos se hacían lugar en el improvisado campamento. ”Ahora no tengo trabajo, pero cuando consigo empleo en alguna finca gano hasta cien reales (unos 95 dólares) por mes; si el trabajo es muy pesado, puedo ganar hasta 150” explica Nilton da Conceição, un joven de 28 años con la apariencia de un hombre de 40. Una familia asentada en la tierra espera ganar como máximo unos 350 dólares por mes.

 

Una organización profesional

 

Algunos decidieron dormir hasta el amanecer, pero los más entusiastas se internaron en los cañaverales con sus candiles y se pusieron a desbrozar el terreno en plena madrugada. Otros se reunían alrededor del trovador del grupo que, guitarra en mano, entonaba canciones que hablaban de luchas, sacrificios y algunas victorias. De vez en cuando, levantaban sus herramientas para corear las consignas: ”¡ocupar! ¡resistir! ¡producir!” y ”¡reforma agraria!”

 

Un dirigente del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra , que se identificó apenas como ”Mineirinho”, explicaba que ”esta hacienda tiene 8.000 hectáreas y está abandonada desde hace cinco años; ahora pensamos dividirla en módulos de diez hectáreas por familia”. Su propietario, Aílton Damas, explotaba caña de azúcar para la fabricación de alcohol y, cuando el Gobierno decidió abandonar el costoso programa de utilización del etanol como combustible alternativo, la empresa quebró. ”Pero sólo la empresa, el propietario continúa rico y próspero” precisó Mineirinho aludiendo a los favores del Gobierno a los dueños de ingenios azucareros.

 

Al amanecer se pudo ver como la ocupación de una hacienda funciona con la precisión milimétrica y la rigurosa disciplina de una colmena. Los dirigentes, militantes profesionales del MST, dieron sus primeras órdenes a las seis de la mañana, y en poco tiempo todo el campamento ya estaba movilizado. Algunos cavaban los pozos donde se instalarían los postes, otros desbrozaban el terreno y varios grupos salieron en busca de cañas tacuaras, mientras las mujeres medían y cortaban enormes pedazos de plástico negro para las tiendas.

 

La convocatoria

 

A las nueve de la mañana, tan febril actividad había cambiado casi por completo el semblante del cañaveral, que ya no era tal, desbrozado y cubierto de negras tiendas de campaña que seguían brotando como hongos. Fue en un campamento como éste, pero en el norte de Brasil, en la región de Eldorado dos Carajás, que el 17 de abril del año pasado la policía ejecutó a 19 campesinos.

 

Cuando todo el mundo hubo terminado su tienda, los dirigentes del MST empezaron a visitar los grupos y a conversar con las familias, convocando a todos para la primera asamblea del flamante campamento.

 

Los primeros en hablar, los dirigentes locales, pronunciaron encendidos discursos en los que recordaron ”la contradicción entre la existencia de tanta tierra ociosa y miles de trabajadores desempleados”. Otro informó a los asambleístas que el propietario de la hacienda había abadonado el lugar, dejando tras de sí deudas laborales por valor equivalente a 3.600.000 dólares. Algunos argumentos parecían reñidos con el buen sentido, como el de un orador que arrancó aplausos de los campesinos al señalar que el Gobierno no entiende nada de la cuestión agraria, ”porque el presidente nunca cortó caña”.

 

Luego, una dirigente nacional del MST, Marina dos Santos, recordó que ”la lucha no termina con el otorgamiento de las tierras por el Gobierno, sino que luego el asentamiento ha de necesitar ayuda en términos de salud y apoyo técnico”.

 

La reunión terminó en poco más de una hora, luego que se formaron comisiones y se repartieron actividades: alimentación, agua, higiene, transporte, salud y educación. Por la tarde se celebraría otra asamblea.

 

Disuelta la reunión, Marina informa que en los próximos días habrán de llegar nuevos labriegos llamados por el MST y otros muchos vendrán espontáneamente al enterarse de la ocupación. Esperaban reunir unas 1.200 familias en tres días.

 

Bajo la sombra militar

 

Pero aquí sólo hay tierra para 800 familias, ¿qué harán con las demás? La dirigente explica que ahora es preciso llenar el lugar de gente para tornar más difícil una embestida policial para evacuar la hacienda ocupada. Además, ”ésta es la única manera de lograr que el Ministerio de Reforma Agraria expropie el lugar de una vez y entregue las tierras” dijo. Los que no consigan su parcela aquí ocuparán otras tierras improductivas. En este momento, en todo Brasil hay 160 establecimientos rurales ocupados por unos 50.000 campesinos en campamentos como éste. En los próximos días, los trabajadores empezarán a plantar mandioca, maíz, bananas.

 

¿De qué vive un dirigente profesional? Marina, una sonriente joven de 23 años, que vino del Estado sureño de Paraná especialmente para esta ocupación, dijo que ”la cooperativa a la cual pertenezco decidió enviarme a trabajar para el MST”. Y explicó por qué: ”a pesar de las enormes dificultades financieras, los que ya hemos conquistado una parcela no podemos olvidar nuestro deber de solidaridad con los que todavía siguen 'sin tierra'”.

 

De pronto, la conversación se vio interrumpida por el ruido de un helicóptero del ejército, que sobrevoló el campamento durante algunos minutos y luego desapareció. Era apenas un vuelo de reconocimiento, pero hasta que el Gobierno apruebe la expropiación de la finca abandonada, los campesinos vivirán bajo la amenaza de una eventual intervención policial y el temor permanente de nuevas tragedias como la de Eldorado dos Carajás.